Las maldiciones de las tumbas egipcias: “mito o verdad”
Las maldiciones de las tumbas egipcias: “mito o verdad”
Las maldiciones de las tumbas egipcias: “mito o verdad”

Las maldiciones de las tumbas egipcias: “mito o verdad”

Por Rubén Omar Scollo

 

Existía una falsa creencia (por suerte desvirtuada) que cualquier ser humano que molestare  la tumba de un faraón del Antiguo Egipto, sería presa de una maldición por la que moriría en poco tiempo. Por ese motivo se sostenía que  las moradas de los faraones tenían maldiciones escritas en ellas o en sus alrededores, advirtiendo a aquellos que las leyeran para que no entrasen. La maldición asociada al descubrimiento de la tumba del faraón de la XVIII dinastía Tutankamón, es la más famosa en la cultura occidental.

Muchos autores (incluido el propio descubridor de la tumba, Howard Carter) negaron rotundamente que existiera  una maldición escrita, pero algunos investigadores del caso, aseguran que Howatd Carter encontró en la antecámara  un sello en la pared, cuya inscripción decía “La muerte golpeará con su miedo a aquel que turbe el reposo del faraón”

En las décadas de 1960 y 1970 las piezas del Museo Egipcio de la capital de ese país africano en El Cairo, fueron llevadas a varias exposiciones temporales organizadas en museos europeos, desde momias hasta elementos “símbolos” de esa cultura. Los directores del museo de entonces murieron poco después de aprobar los traslados, y los periódicos ingleses también extendieron la “leyenda  sobre determinados accidentes menores que sufrieron los tripulantes del avión que llevó las piezas a Londres”.

La explicación más común a la maldición de los faraones es que fue una puesta en escena del más truculento periodismo amarillo de entonces. Un estudio mostró que, de las casi sesenta personas que estuvieron presentes cuando la tumba y el sarcófago de Tutankamón fueron abiertos, sólo ocho murieron en los siguientes doce años. Todos los demás vivieron más tiempo, incluyendo al propio Howard Carter que murió en 1939. El médico que hizo la autopsia a la momia de Tutankamon, vivió hasta sobrepasar los setenta años de edad.

Algunos han especulado con que una especie de hongo mortal podría haber crecido en las tumbas cerradas y el mismo debió haberse liberado cuando se abrieron y entró en contacto con el aire externo. Arthur Conan Doyle, autor de las novelas detectivescas de Sherlock Holmes,fomentó esta idea y especuló con que el tóxico había sido puesto deliberadamente en las tumbas para castigar a los ladrones o saquedaroes de tesoros.

Aunque no hay pruebas de que tales patógenos fuesen responsables de la muerte de Lord Carnarvon, ya que en esa época se moría de cualquier infección al no existir los antibióticos, tampoco hay duda de que sustancias peligrosas pueden acumularse en tumbas antiguas. Estudios recientes de vetustas tumbas egipcias abiertas en la actualidad que no han estado expuestas a los contaminantes modernos, hallaron bacterias patógenas de los géneros Staphilococcus , así como el moho Aspergillus Niger . Además, las tumbas recién abiertas se convierten a menudo en refugio para los murciélagos, cuyo escremento llega a  transmitir la histoplasmosis.

 Sin embargo, a las concentraciones halladas típicamente, estos patógenos, sólo suelen ser peligrosos para personas con defensas bajas  con inmunológicos debilitados. Las muestras de aire tomadas del interior de una tumba y específicamente dentro de un sarcófago sellado mediante un agujero perforado, tenían altos niveles de formaldehído, ácido sulfhídrico y amoníaco que, si bien son gases tóxicos, también resultan fáciles de detectar en concentraciones peligrosas por su fuerte olor.

Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir a quienes se ocupasen de ellos, pedían que se los bendijera y dirigiesen al muerto deseos piadosos y benévolos... Estas historias de maldiciones, son una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas... El investigador se dispone a su trabajo con todo respeto y con una seriedad profesional sagrada, pero libre de ese temor misterioso, tan grato al supersticioso espíritu de la multitud ansiosa de sensaciones.