"No necesitamos cambiar la moneda necesitamos cambiar parte de nuestra idiosincrasia"

"No necesitamos cambiar la moneda necesitamos cambiar parte de nuestra idiosincrasia"

Por el Ph.D. en Economía, Pablo González*. Especial para CódigoCBA.
 

Desde los dos debates donde se enfrentaron los 5 candidatos a presidente, hasta este fin de la campaña electoral, la verdad es que no ha habido mucha información nueva que permita dilucidar a la población la mejor propuesta. Sí remarcaría, al menos, que aquellos candidatos con las mejores probabilidades para pasar a un ballotage o ganar en primera vuelta remarcaron la importancia de controlar los gastos del Estado y atacar el déficit del sector público.

A contracara, tanto unos como otros, se deshicieron en promesas de incentivos a sectores productivos, reducciones de impuestos, programas de inversión pública, etc. Parece que no entienden el problema de Argentina.

Ese problema no es la moneda. Centrarse en esa discusión es casi tan ridículo como discutir si usamos un termómetro de mercurio o un digital. El tipo de cambio, el valor de la moneda nacional es solamente el reflejo de las condiciones en las cuales opera la economía.



Durante años o décadas Argentina se acostumbró a acumular déficits públicos en forma recurrente, salvo breves periodos. Sistemáticamente los gobiernos han atendido demandas en temas de salud, de educación, de seguridad, de infraestructura, de financiamiento de la vejez, que si bien lícitas, no teníamos cómo financiar.

Ni hablar de congelamientos de tarifas para no perjudicar a la población o aumentar los costos de producción. Pero este es un tema del que prefiero no hablar en estas líneas: negarnos sistemáticamente a entender que los precios reflejan escasez de las cosas y entregan señales a los productores sobre qué conviene producir y a los consumidores sobre en qué hay que controlar el gasto.
Estamos espantados de las distintas canillas que tiene el Estado para gastar dinero y lo abiertas que están. Pero el gasto excesivo no es solo del Gobierno. Hoy el sector privado, al menos un grupo, se acostumbró a viajar al exterior quizá como lo hacían aquellas familias de famosos apellidos hacia fines del siglo XIX y principios del siglo XX, a costa de una moneda nacional que aún con impuestos y anticipos estaba por debajo de lo que realmente valía ese billete emitido en el exterior. Se aprovechó el dólar barato que el Estado Nacional lograba a través de endeudamiento.

Como dijimos antes, el cambio de moneda no resuelve nada. Simplemente esconde el termómetro atándonos al ciclo económico de Estados Unidos y complicando la gestión e implementación de políticas económicas en el futuro. 

No necesitamos cambiar la moneda necesitamos cambiar parte de nuestra idiosincrasia, nuestra capacidad productiva e, indefectiblemente pedirles coherencia a los dirigentes que por un lado hablan de reducir el déficit público pero, por el otro, ofrecen beneficios o planean reducir la capacidad de captación de recursos del Estado. Esos cambios requieren, a la vez, abandonar la lógica corporativista que reinó quizás en los últimos 100 años en Argentina: no se puede preguntar a quién verá perder una prerrogativa, porque la respuesta es obvia.

Sí, Argentina necesita libertad: liberar y transparentar esencialmente el sistema de precios para que, tantos trabajadores, consumidores, dueños del capital y los gestores del sistema productivo, sepan a dónde dirigir sus esfuerzos y dónde están las restricciones. Es ahí donde la política se vuelve relevante, para hacer comprender a los sectores afectados la dirección invariable de los cambios, ofreciendo la gradualidad necesaria para evitar el conflicto innecesario.

Una maraña de impuestos poco efectiva para recaudar, beneficios, subsidios, congelamiento de tarifas y trabas al comercio exterior han hecho de Argentina un país poco productivo donde la formación de capital humano (desde la cuna), de conocimiento e innovación han estado en decrecimiento francamente en comparación con el resto del mundo (más allá de casos anecdóticos o puntuales), no por pocos esfuerzos de los actores involucrados, sino porque las señales sobre en qué concentrarse han estado desvirtuadas.

Mientras tanto, con esa baja productividad, vamos a tener que pagar la deuda por muchos años, haya o no cambio de moneda. Y si ésta ocurre, no será volver al auge de la convertibilidad, no resolverá ningún problema real, sino que simplemente nos pondrá, en otro denominador, lo mucho que habrá que esforzarse para pagar lo que en otras épocas tomamos del resto del mundo. Con un esfuerzo poco productivo nos dimos el gusto de disponer de bienes que no estaban a nuestro alcance.

El camino lo impone la realidad y será el mismo, más allá de quien deba guiar, y requiere de un shock tan grande que la capacidad de gestión política será fundamental para consensuar soluciones de largo plazo que no se ganen por una mayoría circunstancial en las votaciones del Congreso Nacional.

*Pablo Gonzalez: Licenciado en Economía de la Universidad Nacional de Córdoba y Ph.D. en Economía de Texas A&M University. Comenzó su actividad profesional como investigador de IERAL de la Fundación Mediterránea (Córdoba). Fue consultor del programa PNUD de Naciones Unidas y ha participado en consultorías para los gobiernos de Argentina y Chile. Ejerció como director de la Sociedad de Economía de Chile. Es Profesor Asistente de la Universidad Alberto Hurtado y se desempeñó como Instructor in Economics del Department of Economics de Georgetown University en el periodo 2002-2016. Actualmente es el Director de Postgrado de la Facultad en Chile e imparte tanto a nivel de pregrado, como de postgrado, cursos en el área de la Macroeconomía.