En plena pandemia … lo quisieron sepultar vivo.

En plena pandemia … lo quisieron sepultar vivo.

Por Gerardo Bessone. Especial para CodigoCBA.

Complicado conocer detalles de una historia acaecida en el año 1927; más complicado aún contar una historia que no tiene registros de esa época, sino que fue transmitida de generación en generación de manera oral. Con el correr de los años la imaginación popular agregó y quitó detalles, hasta el punto de que nunca sabremos si esta historia es real o uno más de los mitos urbanos de Cabrera.

Por aquel cálido verano del inicio del 27, las mujeres paseaban con largas faldas por las polvorientas calles de tierra de Cabrera y un importante grupo de albañiles construían el más bello de los edificios locales, aún hoy de una belleza incomparable, el Banco de la Nación Argentina; frente a una plaza los curiosos miraban con asombro la llegada de la imponente estatua que corona el inmueble.

Pero de pronto la tranquilidad fue alterada por la llegada de una temida enfermedad, la peste bubónica, de cada diez personas que se la contagiaban nueve fallecían en pocos días de convalecencia y llenaba de dolor a las familias.

Se decía que el contacto con los cadáveres de las personas que la enfermedad se llevaba al más allá era altamente contagioso; por lo que los cortejos fúnebres encabezados por los carruajes tirados con  caballos de la empresa funeraria de la familia Canevarolo no tenían prácticamente familiares acompañando al infortunado féretro; dice la tradición que al funeral asistían los hijos, pero los hermanos del fallecido brillaban por su ausencia.

Un día la temida peste producida por el bacilo de Yersin contagió a un tal Cosme Martínez; el muerto vivo que recuerda la tradición oral, el nombre quizás pueda haber sido cambiado por la cantidad de veces que la historia se repitió.

Si bien don Mario Canevarolo recomendaba que pasaran varias horas para sepultar un fallecido; el temor al contagio hizo que nada se respetara, pusieron el finadito en el cajón de dura madera tallado a mano en la carpintería de la familia Canevarolo y el carruaje urgente al cementerio.

Los caballos enfilaron hacia el sur con el finadito en el carro, cuatro amigos sólo desafiaron al posible contagio de la peste y lo acompañaron pero cuando en la puerta del cementerio intentaban bajarlo el muerto empezó a golpear el cajón.

Algunos de alpargatas y bombacha, otros de zapato y pantalón de vestir empezaron a correr rumbo al centro despavoridos, el calzado levantaba la polvareda de la calle de ingreso al cementerio, en 1927 no había casas en la zona, el Barrio San Martín nació muchos años después.

¿¿¿ Y el ataúd????... El pobre ataúd quedó tirado en el piso del cementerio; uno de los que había huido era el empleado de la funeraria que conducía el carruaje; cuando retornaron al cementerio ya más calmos se atrevieron a abrir el cajón; pero Don Cosme ya había muerto pero no de peste bubónica sino de asfixia por el tiempo transcurrido  en el macabro encierro.

Dice la tradición que los testigos del hecho jamás se atrevieron ir nuevamente a una sepultura y necesitaban cada noche una vela porque no podían conciliar el sueño en la oscuridad.

Tal vez todo sea mentira pero... usted no escuchó un ruido extraño detrás suyo...

Fuente de Información “General Cabrera, su historia”; Stella De Gasperi, Myriam Menichetti y Alicia Salvay