Entrevista a Diego Lyndsvaier  por Diego Lyndsvaier

Entrevista a Diego Lyndsvaier por Diego Lyndsvaier

—¡Hola! ¡Buenos días! ¡Tiempo tardaste en responder!

—Es cierto y te ofrezco mis disculpas por ello. La mayoría de las veces los pensamientos no vienen cuando uno quiere sino cuando ellos así lo desean. Demasiado tuve que escarbar con el fin de contarme a mí mismo parte de mi historia. Demasiado tiempo tuve que tomarme con el fin de encontrar quién es aquel quién me observa hoy, quién conduce mi andar, cuál es el suelo que hoy recorren mis sandalias; todas aquellas cosas y solamente aquellas que por fuerza de idoneidad y competencia serían capaces de contarme real.

 

—A dichos efectos, ¿quién eres tú?, ¿quién se encuentra delante de mí?

—No lo sé. Quizás yo nunca llegue a saberlo en realidad. Yo soy mi propia contrariedad.

 

—¿A qué te dedicas?

—He dedicado gran parte de mi tiempo adulto a escribir libros. Tal vez este sea entonces, por decirlo de alguna manera, el trabajo de mi vida.

—¿Y de qué tratan tus libros?

—Difícil decirlo en pocas palabras. Difícil encontrar en ellos una fórmula con la cual yo pueda explicarlos fácilmente. Sean estos pues, un inmenso recorrido estelar, el cual, tras la experiencia del vivir -sufrimientos, alegrías y aburrimiento mediante; hoy se recrea ante mí como un franco y genuino sentimiento de paz interior. Tal vez este sea el mejor regalo que mis libros me hayan obsequiado. En concreto, un transitar desde la filosofía, las ciencias, la religión y la experiencia de la singularidad; aquel músico que, sin voz ni instrumentos, decide sin titubeos arrojarse hacia los espíritus de exploración de la propia salud: Una curación de sus tormentos y demonios: Psicológicamente, una cura para aquel yo golpeado de angustia y crucificado de ansiedad. Filosóficamente, el elemento y la medicina de todo conflicto existencial. Científicamente, el rompimiento mismo de todos aquellos sesgos adquiridos durante los años de formación y maduración. Religiosamente, aquel delicado y continuo encuentro entre su presente y sus eternos y cambiantes yos. En suma, un fino dardo, un arco y una flecha poderosamente tensados, y no solo por los años y el ejercicio, sino también por las heridas; un nuevo amanecer; una actitud ante la vida.

 

—¿Te encuentras satisfecho por tus escritos e investigaciones?

—Sí, bastante.

—¿Qué comentan tus lectores de ti?

—Mis lectores y yo todavía no nos hemos encontrado.

—¿A qué te refieres?

—A veces creo que esta es una tarea imposible en el mundo de hoy.

—¿Cuál es la razón de tu pesimismo?

—Déjame responderte por medio de algunos interrogantes: ¿Cómo podrías tú encontrarme cuando tú solo quieres exhibirte? ¿Cómo podrías tú publicar mis obras cuando tú sólo buscas la imitación, aquello que ya posee su comprobado rendimiento y productividad? ¿Cómo podrías tú detenerte a leer mis escritos, demorarte y reflexionar mis ideas cuando nosotros mismos ya fuimos convertidos en la nueva mercancía del hoy por hoy? ¿Acaso importan las ideas, acaso importan los pensamientos o solo importan los números, las estadísticas y algoritmos? ¡Lo igual no duele! ¿Acaso no nos encontramos todos al servicio del consumismo? ¿Acaso no somos todos presa del narcisismo? El capital nos necesita a todos iguales y, por tal, yo no tengo lugar aquí. Por todo esto y más, yo decidí auto-publicarme.

—¿Te consideras tú un crítico febril del neoliberalismo?

—Mi espejo se encuentra más allá de aquella exigua discriminación entre blancos y negros. Mis prosas se caracterizan por un perpetuo intento de llevar mi existencia de solución en solución. Yo siempre he tratado de no caer en ninguna clase de pesimismo nihilista. ¿Soy yo un belicoso soldado que batalla sin tapujos contra el sistema neoliberal? Más allá de esto, yo creo haber encontrado la cura misma para el neoliberalismo. Los filósofos de hoy se contentan con describir todos los males que este sistema nos muestra día tras día; ellos dicen “una revolución, en estos días, es imposible”; yo, al contrario, ¡yo creo en las soluciones!, ¡yo solo busco soluciones!; y, ya sea en este caso en particular o en cualquiera de aquellos reservados pozos donde mi tinta prestó intimidad…: ¡Quién puede decir cuántas veces yo tiré de mis cabellos y escapé!

 

—¿Hacia dónde se dirige tu presente andar? ¿Qué es aquello que tú guardas entre manos? ¿Algún deseo al azote durante tus largas noches?

—Ser leído. Yo no busco fama, tampoco quiero millones de seguidores. No me interesan aquellos cientos de likes. Yo adoro el anonimato. Yo disfruto pasar desapercibido, eternamente caminar sin ser notado.

—¿Crees en tal posibilidad? Es decir, ¿crees que, algún día, tus libros podrán ser leídos por miles de personas?

—No. Hoy en día solo existe comunicación sin comunidad. Y, mientras permanezcamos ajenos unos a los otros, temerosos unos de los otros nunca nos animaremos a lo distinto. Actualmente, las universidades ya no acogen alumnos, únicamente se preocupan por atender clientes. Las puertas de estos centros solo vislumbran la formación del profesional olvidándose del hombre integral, pensante y reflexivo. Nos llenan de algoritmos, nombres y datos y ahogan nuestra creatividad. En este contexto, hoy, yo no solo experimento aquella excesiva indiferencia hacia mis composiciones, sino también, aquella inocente creencia en la libertad individual; mientras tanto, día tras día, tú y yo no hacemos más que auto-explotarnos hasta el cansancio y la depresión.