
Reserva Forestal y Arqueológica Naguán Tica en Huerta Grande
Por Rubén Omar Scollo
A sólo sesenta y nueves kilómetros de la ciudad de Córdoba y llegando por la ruta 38, se ubica esta localidad que limita al sur con La Falda y al norte con Villa Giardino. La historia de este pueblo cordobés, perteneciente al Valle de Punilla, puede afirmarse que comienza allá por 1789 cuando Cornelio Caldevila (algunos memoriosos toman a ese apellido como Capdevila) queda en posesión del Paraje Ojos de Agua, lugar que hoy conocemos con el nombre de Huerta Grande.
El trabajo de la tierra como actividad central, era lo que les daba un sustento económico a los habitantes de entonces. Ellos abastecían a una amplia zona, incluyendo el Mercado de Abasto de Córdoba. Entre los productos principales que recogían, pudieran citarse desde frutales, maíz, porotos, tabaco y alfalfa. En ganadería se dedicaban a especies lanares, caprina, bovina, vacuna, caballar, mular; como así también a cría de aves y colmenas.
En el año 1892, toma forma la Estación Ferroviaria y las bombas para el abastecimiento de agua, eventos que marcaron el inicio del trazado del Pueblo. En aquel entonces Huerta Grande era una de las pocas localidades habitadas de la provincia de Córdoba.
Ya durante 1895, se funda una Escuela Rural de Varones y Mujeres, una Botica, esencial para la zona que a esa altura era de las más pujantes de la región norte. Al crearse el Almacén de Ramos Generales, también se abre una calle que uniría desde la estación de ferrocarril hasta el terreno donado para la construcción de la Iglesia.
De esa forma esa gran y por entonces prometedora iniciativa, fue la que apuntaló un sostenido desarrollo de la población. Comenzaron a comercializarse lotes, que a poco se transformaron en viviendas permanentes y residencias veraniegas. Son dos las industrias que más tarde se destacarían por su intenso progreso, la de la piedra, con la elaboración de material granítico y fundamentalmente, el turismo de una Huerta Grande prometedora.
No obstante y por estos días, para encontrase con la naturaleza pura, en el pueblo existe una reserva natural que combina curiosidades arqueológicas con cautivantes senderos. Se trata de Naguán- Tica (en el pasado habitado por comechingones), un espacio que se extiende en un ambiente de treinta hectáreas prácticamente vírgenes, habitadas por más de cincuenta especies de aves. Su escenografía se compone de maravillosas cuevas, vertientes naturales y quebradas.
En la propuesta turística de este espacio, se destaca la alternativa de recorrerlo a pie, haciendo del camino una aventura entre rocas y senderos establecidos, con el objeto supremo de no afectar el lugar. También resultan apasionantes los avistamientos de ave y los safaris fotográficos. Todo habrá que llevarlo a cabo en compañía de guías especializados.
La atracción incluye además la posibilidad de explorar cuevas de los aborígenes, antiguos habitantes del lugar, donde se hallan desde objetos pertenecientes a esta comunidad como morteros de piedra y restos de piezas cerámicas. Hay un punto distante en el que existe un alero de proporciones atractivas; todo ese condimento, hará que quienes visiten esas bondades de la naturaleza y conozcan los llegados de poblaciones antiguas, sientan que el tiempo se detiene por instantes. A su vez, podrán acampar dentro del predio en una zona indicada, demarcada, y deleitarse con balnearios naturales.
En los faldeos de las Sierras Chicas de Córdoba, quien visite el pueblo se sentirá en paz con una brisa serrana inigualable. Por último, vale la expresión que “el disfrute de la pesca deportiva, esencialmente de pejerreyes hacen de todo amante de este deporte un lugar predilecto”.